Antes de ser El Mochaorejas, fue policía: la complicidad que facilitó a Daniel Arizmendi años de secuestros
El pasado detrás del secuestrador Daniel Arizmendi López y cómo operó en el Valle de México: Empezó aprendiendo técnicas para el robo de vehículos
Durante años, Daniel Arizmendi López sembró terror en el Valle de México. Su nombre quedó grabado en la memoria colectiva como sinónimo de crueldad extrema: "El Mochaorejas". Hoy, más de dos décadas después, su historia vuelve al centro del debate público tras una decisión judicial que lo absolvió del delito de secuestro, aunque no lo libera por completo de prisión.
La resolución, emitida por la jueza federal Raquel Ivette Duarte Cedillo, determinó que las pruebas presentadas por la entonces Procuraduría General de la República (PGR) fueron insuficientes para sostener la acusación por privación ilegal de la libertad en modalidad de secuestro. Tras 27 años encarcelado, Arizmendi fue absuelto de ese delito específico, aunque permanece preso por delincuencia organizada, con una condena vigente de ocho años de prisión y una multa económica.
Pero más allá del fallo judicial, el caso revive una verdad incómoda: Daniel Arizmendi fue policía, y ese breve paso por una corporación de seguridad marcó el inicio de una carrera criminal que no habría sido posible sin corrupción, complicidades y omisiones institucionales.
De policía a secuestrador
Daniel Arizmendi nació el 22 de julio de 1958, en Miacatlán, Morelos, dentro de una familia marcada por la violencia, el alcoholismo y el abandono. Su infancia estuvo atravesada por golpes constantes de un padre alcohólico y una profunda carencia afectiva que, según expedientes y entrevistas, moldearon su carácter violento.
Abandonó la secundaria y comenzó a trabajar desde joven. A los 26 años, con el respaldo de su hermano Aurelio, ingresó a la Policía Judicial de Morelos. Permaneció apenas dos meses, pero fue suficiente. En ese lapso conoció a un detenido apodado “El Móvil”, quien le enseñó técnicas para el robo de vehículos. También aprendió a abrir automóviles y ponerlos en marcha, conocimientos que más tarde serían clave para su organización criminal.
Registros de la época también señalan que tuvo vínculos con la Secretaría de Marina (Semar), aunque su paso por instituciones de seguridad fue breve e irregular. Lo cierto es que aprendió desde dentro cómo operaban las autoridades.
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— Guillermo Ortega Ruiz (@GOrtegaRuiz) December 25, 2025
El salto al secuestro
Tras años de robos de autos, más de 100 vehículos sustraídos junto con una banda de al menos 15 personas, incluidos dos de sus hermanos, Arizmendi dio el siguiente paso. La ambición lo empujó al secuestro luego de conocer, a través de su entorno familiar, un plagio exitoso ocurrido en Cuernavaca.
El primer secuestro ocurrió el 11 de junio de 1995, cuando privaron de la libertad a un empresario gasolinero. La familia pagó el rescate sin resistencia. El dinero fácil marcó el inicio de una espiral de violencia.
Ese mismo año secuestró a Leobardo Pineda, empresario bodeguero. Tras dos meses sin pago, Arizmendi decidió cortarle ambas orejas con unas tijeras de pollero y enviarlas a la familia como presión. Así nació el método que le daría su apodo y lo convertiría en símbolo del terror. Aunque la familia pagó, Arizmendi ordenó asesinarlo.
El terror del Valle de México
Entre 1996 y 1998, la banda de El Mochaorejas cometió decenas de secuestros, algunas estimaciones hablan de cerca de 200, en al menos siete estados del país. Entre las víctimas figuraron empresarios mexicanos y extranjeros, incluidos siete empresarios españoles, así como personas ligadas a figuras públicas.
El caso de Raúl Nava Ricaño, secuestrado en 1997 en la colonia San Juan de Aragón, estremeció al país. Tras exigir tres millones de pesos, Arizmendi volvió a mutilar a la víctima. Once días después, lo asesinó. Años más tarde, ya en prisión, leería una carta de disculpa dirigida a la madre del joven durante una entrevista con Julio Scherer.
Mientras tanto, Arizmendi llevaba una vida aparentemente normal: familia, negocios, bares nocturnos en Nezahualcóyotl, lujos financiados con rescates millonarios. La complicidad policial fue clave. Pese a ser identificado en múltiples ocasiones, pudo seguir operando gracias a su relación con agentes corruptos.
La caída
El 17 de agosto de 1998, un operativo del grupo antisecuestros, con participación del CISEN y agentes federales, logró capturarlo en las inmediaciones de Toreo Cuatro Caminos, en Naucalpan. Fueron decomisados 600 centenarios, 30 millones de pesos y 500 mil dólares. Ese mismo día, Arizmendi confesó haber asesinado a cuatro personas.
En 2003, fue sentenciado a 393 años de prisión por secuestro, homicidio, delincuencia organizada y posesión de armas de uso exclusivo del Ejército. Parte de su fortuna, más de 50 millones de pesos, propiedades y vehículos, fue asegurada por el Estado.
La absolución que reabre la herida
Este 24 de diciembre, una jueza federal determinó que no existían pruebas suficientes para mantener la condena por secuestro en uno de los procesos. La sentencia reconoce el horror vivido por las víctimas, pero subraya que no hubo imputación directa jurídicamente válida en ese expediente.
La decisión se suma al reciente amparo concedido a Dulce Paz Venegas, pareja sentimental de Arizmendi y madre de uno de sus hijos, detenida junto con él en 1998, que no se trata de su esposa María de Lourdes Arias.
Hoy, la historia de El Mochaorejas vuelve a exhibir una verdad incómoda: uno de los secuestradores más brutales de México fue formado, protegido y tolerado, al menos por un tiempo, por el propio sistema de seguridad.
Una herida que, casi tres décadas después, sigue abierta.
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