Las confesiones de “El Mochaorejas” hace 27 años y las motivaciones de sus crímenes
"Era por saber si sabía hacerlo o no podía hacerlo. Era un reto”: "El Mochaorejas" vuelve al centro del debate tras su absolución; así operaba el secuestrador
“Nunca sentí nada”. La reciente absolución judicial de Daniel Arizmendi López, conocido como “El Mochaorejas”, volvió a colocar en la agenda pública uno de los episodios más oscuros del crimen en México. A casi tres décadas de su captura, el nombre del secuestrador que mutilaba a sus víctimas para presionar rescates reapareció con fuerza tras una resolución que, aunque lo exime del delito de secuestro, no lo devolverá a las calles.
El fallo fue emitido por la jueza Segunda de Distrito en Materia Penal en el Estado de México, Raquel Ivette Duarte Cedillo, quien determinó que las pruebas presentadas por la entonces Procuraduría General de la República no fueron suficientes para sostener la acusación de privación ilegal de la libertad en su modalidad de secuestro. Sin embargo, Arizmendi fue condenado por delincuencia organizada y sentenciado, por lo que continuará recluido. En total, ha pasado 27 años tras las rejas.
Daniel Arizmendi había sido sentenciado en 2003 a 393 años de prisión por múltiples delitos. Aunque la absolución representa un giro jurídico relevante, no implica su liberación. Aun así, el fallo reactivó la memoria colectiva de una época marcada por el miedo, cuando su nombre se convirtió en sinónimo de terror en los años noventa.
El secuestrador que aterrorizó a México
“El Mochaorejas” fue, durante años, el rostro más temido del secuestro en el país. Su método era tan cruel como efectivo: cortaba una oreja a sus víctimas con tijeras y la enviaba a sus familias como advertencia. Operaba en al menos siete estados de la República y las autoridades le atribuyeron entre 40 y 200 secuestros, incluidos los de siete empresarios españoles.
Tras su captura en agosto de 1998, Arizmendi concedió una entrevista que marcaría un antes y un después en la historia criminal de México. Frente a las cámaras de Hechos, con Javier Alatorre, confesó con una frialdad que estremeció al país.
"21", respondió sin titubear cuando se le preguntó cuántas personas había secuestrado. Reconoció también seis asesinatos. Dijo que nunca sintió compasión y que su motivación no era el dinero, sino el reto personal:
Mostró sus orejas ante la cámara, se acomodó el cabello con precisión y sostuvo la mirada. Cuando se le preguntó si alguna víctima le suplicó que no la mutilara, respondió: “Nunca oí que alguien me dijera que no. Tal vez porque no te daba tiempo. Quién sabe qué hubiera sucedido. Pero realmente nunca se daba la oportunidad. Normalmente se vendaba, se acostaba, se recortaba”,
Una historia de violencia desde la infancia
Nacido en 1958 en Miacatlán, Morelos, Daniel Arizmendi creció en un entorno marcado por el alcoholismo, los golpes y el abandono. Tanto él como sus hermanos sufrieron violencia física por parte de ambos padres. Tras el divorcio, su madre lo dejó y fue llevado a la Ciudad de México, donde la precariedad lo obligó a abandonar la escuela y trabajar desde niño.
Su relación con su esposa, María de Lourdes Arias, estuvo atravesada por celos y agresiones. Mientras ella trabajaba en el IMSS, él acumulaba empleos fallidos. En 1984 ingresó brevemente a la Policía Judicial de Morelos, experiencia que, lejos de reformarlo, le permitió conocer técnicas criminales. Fue ahí donde aprendió el robo de autos y comenzó su carrera delictiva.
El salto al secuestro ocurrió tras una conversación familiar sobre un plagio en Cuernavaca. La facilidad para obtener grandes sumas de dinero lo convenció. Formó una banda junto con su hermano Aurelio, los hermanos Paz Villegas, Raciel “El Rachi” y Joaquín Parra Zúñiga. Usaban casas de seguridad que también funcionaban como bodegas de autos robados.
Millones, impunidad y protección policial
Al momento de su captura, la policía le confiscó 26 propiedades y cerca de seis millones de dólares. Planeaba entonces exigir 15 millones de dólares por el rescate de un empresario que ya había muerto durante el intento de secuestro.
Las autoridades estimaron que su organización recaudó entre 150 y 160 millones de pesos, aunque otras fuentes hablan de hasta 40 millones de dólares. El crecimiento de la banda fue posible, en parte, por la protección de agentes de seguridad. Arizmendi negó haber recibido respaldo directo, pero admitió que al menos un policía federal participó en un secuestro.
Las orejas mutiladas se convirtieron en su sello. A partir del séptimo plagio, la mutilación fue sistemática. “Yo tomaba la decisión”, dijo. Usaba tijeras de pollero.
La caída del Mochaorejas
La organización comenzó a desmoronarse tras un operativo conjunto del grupo antisecuestros Yaqui, la PGR y el Cisen. El 17 de agosto de 1998, Daniel Arizmendi fue detenido en Naucalpan, Estado de México. El arresto previo de su esposa y de uno de sus hijos fue clave para ubicarlo y desarticular la red.
Durante la entrevista, Arizmendi reconoció que, si algo así le ocurriera a sus hijos, pagaría el rescate sin dudarlo y pediría la pena de muerte para el responsable: “Me sentiría muy mal. Pero si tuviera yo el dinero, lo daría. Lo que me estaban pidiendo, lo daría”. Admitió que su esposa y su hija le suplicaban que se detuviera.
“Probablemente no esté tan bien de mi cabeza como me veo”, dijo entonces. Años después, esa frase resuena con fuerza renovada.
Un caso que sigue incomodando
La absolución parcial de “El Mochaorejas” no borra el impacto social de sus crímenes ni el trauma colectivo que dejó una de las etapas más violentas del secuestro en México. Su historia expone no solo la brutalidad individual, sino también las fallas estructurales, la corrupción y la impunidad que permitieron que operara durante años.
A 27 años de su captura, el caso vuelve a recordarle al país una verdad incómoda: el terror no siempre desaparece con una sentencia, y la memoria sigue siendo una forma de justicia.
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