Así ven a México Juan Rulfo y Rodrigo Prieto en Pedro Páramo
Un recorrido por los elementos que permiten a los mexicanos conectar con el universo de Pedro Páramo y su adaptación cinematográfica
Juan Rulfo compartía diversas versiones de las motivaciones que lo llevaron a dedicarse al quehacer de escribir. Decía, por ejemplo, que sus historias venían de la boca de un tío suyo llamado Celerino, quien era muy borracho y le narraba muchas anécdotas que al final resultaban ser mentiras.
También mencionó que la razón por la cual dejó esta labor —su obra se conforma únicamente de El Llano en Llamas y Pedro Páramo— fue debido a la muerte de don Celerino, pues ya no tenía material con el cual llenar de letras las hojas.
Con Pedro Páramo, Rulfo compartió que se trataba de una novela que había ido tomando forma en su cabeza, como si alguien se la dictara para que después la anotara en papelitos verdes y azules. Según palabras del propio jalisciense, sentía la necesidad de salir de una gran ansiedad.
De manera más íntima, refirió que el texto nació de una imagen, de la búsqueda de una idea a la cual llamó como la última esposa del hombre de la Media Luna: Susana San Juan, aunque menciona que no existió nunca.
“Fue pensada a partir de una muchachita a la que conocí brevemente cuando yo tenía trece años. Ella nunca lo supo y no hemos vuelto a encontrarnos en lo que llevo de vida”, declaró Rulfo.
¿Entonces dónde queda la mexicanidad en su trabajo?
De manera acertada, Rodrigo Prieto, el director de la más reciente adaptación cinematográfica de la novela, lo explica en uno de los promocionales para Netflix:
“Nosotros los mexicanos somos herederos de esa historia. Somos de, también ese choque de culturas de la conquista. Venimos de la violencia de la revolución, del mestizaje. Somos hijos de ese México; convulso, complejo, hermoso. Somos hijos de Pedro Páramo”.
Implícitamente, el valor cultural nacional en la obra de Rulfo se encuentra escondido en cada palabra, en todas las sentencias. Todos conocen su propio Comala, y seguramente más de uno se ha sentado a escuchar a un familiar anciano narrando sus aventuras de la juventud.
Curiosamente, muchas de esas personas, o los padres de las mismas; quizás algún primo o cuñado lejano, provienen de los pueblos regados alrededor de la república mexicana, donde siempre hay un Pedro Páramo, envuelto en un ambiente rural.
Sentires actuales
No es cosa del pasado. Si bien la obra retrata un México cercano a la revolución, con hacendados y tiendas de raya, las cicatrices de la historia parecen ser tan recientes como la película en sí. Octavio Paz, en su Laberinto de la Soledad, habla acerca de la búsqueda de una reconciliación entre indígenas y criollos, asegurando que el México actual es hijo de una violación, del ultraje de la tierra en manos de los españoles.
Los elementos de la novela reflejan estas ideas, el catolicismo del Padre Rentería o las pobres condiciones de los habitantes de Comala, todos habitando en una realidad que parece dolerles, casi tanto como duele la historia familiar de cada uno.
Las conexiones de sangre, bien analizadas, pueden llevar a cualquiera a comprender sus propias narrativas, a veces sumergidas en la violencia, otras únicamente salpicadas con unas cuantas manchas de sangre, pero el dolor está implícito en cada linaje.
¿Los mexicanos saben quiénes son? Detrás de la parafernalia folclórica parece que más bien lo sienten, ya sea en el corazón o en el cerebro. De alguna manera se sigue buscando sanar ese dolor, que ha creado un México el cual el mismo Rodrigo Prieto califica como “convulso, complejo, hermoso”.