¿Oro verde? Las algas podrían alimentar al mundo y combatir el cambio climático
Las algas podrían combatir el cambio climático, alimentar al planeta y empoderar comunidades. Su cultivo sostenible es clave para un futuro resiliente

Las algas marinas, un recurso ancestral nacido hace más de mil millones de años, podrían ser clave en la lucha contra el cambio climático, la inseguridad alimentaria y la desigualdad social. A medida que el planeta enfrenta una crisis ambiental sin precedentes, científicos y expertos como Vincent Doumeizel, asesor principal del Pacto Mundial de la ONU, promueven el cultivo de algas como una alternativa sostenible y transformadora.
Doumeizel lidera una cruzada global en favor de estas plantas marinas. Desde Bretaña hasta Okinawa, ha documentado su valor nutricional, su capacidad para capturar carbono y su potencial para reemplazar materiales contaminantes. “No sólo un superalimento, sino una supersolución”, resume el experto en políticas alimentarias, quien fundó la Coalición Mundial de Algas Marinas, con más de 2.000 miembros.
Las algas, que no requieren tierra, fertilizantes ni agua dulce para crecer, capturan más carbono por hectárea que los bosques terrestres. Algunas especies, como el kelp gigante, pueden crecer hasta 60 centímetros por día. Estudios recientes sugieren que alimentar ganado con algas rojas reduce sus emisiones de metano hasta en un 90%, lo que podría revolucionar la producción ganadera y contribuir a mitigar el calentamiento global.
El mar como cultivo regenerativo
El cultivo de algas también ofrece oportunidades económicas. Actualmente, la industria mueve unos 17.000 millones de dólares al año, y se proyecta que esta cifra crezca en otros 12.000 millones para 2030, según la ONU. Sin embargo, el sector enfrenta desafíos regulatorios. Aún no existen normas globales bajo el Codex Alimentarius que aseguren su calidad y seguridad alimentaria.
Asia, especialmente con la producción de nori para sushi, lidera el mercado, pero Europa ha comenzado a destacar. En Lesconil, Bretaña, la granja Algolesko cultiva 150 hectáreas de Laminaria de forma ecológica. Allí, Doumeizel ondea una hoja de Saccharina latissima como bandera de su causa: cultivar el océano no para explotarlo, sino para sanarlo.
Este enfoque incluye usos innovadores de las algas: bioplásticos, fertilizantes, biocombustibles, textiles, medicamentos e incluso objetos de uso cotidiano como gafas, camisetas y bolsas biodegradables. Doumeizel incluso ha presentado un ejemplar comestible de su libro “La revolución de las algas”.
Un motor de cambio social y climático
El cultivo de algas también impulsa la equidad de género. En Tanzania, alrededor del 40% de las nuevas empresas de algas están dirigidas por mujeres. En Zanzíbar, estas productoras han transformado su entorno: construyeron escuelas, promovieron la educación de sus hijas y ganaron autonomía económica. Sin embargo, el cambio climático ha desplazado el cultivo a aguas más profundas, lo que obliga a muchas mujeres a aprender a nadar, navegar y usar embarcaciones. Para ello, la coalición de Doumeizel financia programas de capacitación marítima.
Pese a sus beneficios, las algas también sufren las consecuencias del calentamiento global. Más del 80% de las extensiones de algas en regiones como California, Noruega y Tasmania han desaparecido debido al aumento de temperaturas, la acidificación del océano y la sobrepesca. Doumeizel insiste en dejar de verlas como desechos marinos: “Preservarlas es tan necesario para la vida en la Tierra como salvar los bosques del Amazonas”.
Durante la Tercera Conferencia de la ONU sobre los Océanos (UNOC3), celebrada este año en Niza, Doumeizel presentó una iniciativa para crear un Grupo de Trabajo sobre Algas Marinas. Esta coalición, respaldada por seis organismos de la ONU, busca centralizar conocimientos, regular la industria y ampliar su alcance de manera sostenible.
En paralelo, floraciones masivas de sargazo, un tipo de alga parda, han invadido playas del Atlántico, generando problemas turísticos y sanitarios. Pero Doumeizel ve una oportunidad: “Si las gestionamos bien, podrían transformarse en fertilizantes, ladrillos y textiles”. Para él, no se trata de una utopía, sino de una nueva forma de pensar el futuro del mar.
“Hace miles de años cultivamos la tierra para sobrevivir”, escribe en su libro. “Hoy, debemos aprender a cultivar el océano, no para explotarlo, sino para curarlo”. La revolución de las algas está en marcha. Y podría ser, también, nuestra última oportunidad.
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