Ayotzinapa: la normal rural que forjó luchadores sociales y lloró desaparición de 43 estudiantes
A 10 años de la desaparición de los 43 normalistas, la herida sigue abierta, no hay respuestas ni justicia
Se acerca el décimo aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, uno de los hechos que conmocionaron al país y fueron un parteaguas en los movimientos sociales, poniendo en la mira uno de los grandes males de México: la desaparición de personas y la impunidad que rodean estos hechos. Además aquella trágica noche de Iguala, ocurrió en el marco de otra tragedia estudiantil, la masacre del 2 de octubre.
La escuela Normal Rural de Ayotzinapa, Isidro Burgos, es además un lugar que vio nacer a los maestros, luchadores sociales y guerrilleros Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, cuyas agrupaciones sufrieron detenciones ilegales y desapariciones forzadas durante la llamada Guerra Sucia por parte del Estado mexicano contra grupos denominados subversivos, en las décadas de los 60 y 70.
Pero la historia de la normal rural ubicada en uno de los estados más pobres del país se remonta a muchos años atrás, está ligada a la Revolución Mexicana y sus miembros además de tener un origen humilde, han sufrido de estigmas y señalamientos , que incluso salpicaron a los que desaparecieron, quitando cualquier sensibilidad y empatía de un sector de la sociedad.
La historia de la Normal Rural de Ayotzinapa
Como todas las escuelas normales rurales, su objetivo formar profesores y hacer del magisterio rural "un ejército de paz" y de cada profesor "un apóstol de la educación", según las palabras de José Vasconcelos.
Ayotzinapa entró a la historia de México el 2 de marzo de 1926 como parte de un ambicioso proyecto educativo nacional, producto de la Revolución Mexicana, concebido en la segunda década del siglo XX.
Tenía el objetivo de apoyar a hijos de obreros, campesinos e indígenas marginados de la educación y el desarrollo. De ir en auxilio de los sectores más rezagados con alfabetización, educación integral, escuelas técnicas y agropecuarias.
No había lujos, grandes talleres o tecnología, pero tenía lo más importante: excelentes maestros, que conocían a su gente, estaban familiarizados con sus problemas, su dolor, sus necesidades y su pobreza. Porque en la pobreza se llora, se sufre, se aguanta el hambre y se limitan los sueños.
Pero esos maestros volvían a ponerles alas, ofrecían su conocimiento al pueblo y lo llenaban de letras, de esperanza, así se forjó la tradición de todas las normales rurales, pero la de Ayotzinapa es cosa aparte.
Lázaro Cárdenas del Río, un presidente hijo de la Revolución, dijo alguna vez que el requisito para estudiar en las normales rurales era ser pobre y así ha sido durante décadas, aquellos que saben lo que es no tener nada se aferran a ese sueño de ser maestros, de enseñar y ayudar a su comunidad.
Aquel que realizó la Expropiación Petrolera fue el que más apoyo dio a estas escuelas, al terminar su mandato los apoyos a estos semilleros comenzaron a escasear, así, las normales rurales eran tan pobres como su entorno y sus estudiantes.
Los estigmas de las normales rurales
El conocimiento es un poder que abre puertas, las normales rurales lo daban a los más pobres, tal vez por eso se convirtieron en algo mal visto por los gobiernos, al grado de que la administración de Manuel Ávila Camacho difundió en 1941 el rumor de que los estudiantes normalistas agraviaron la bandera nacional, sustituyéndola por la bandera rojinegra de una huelga estudiantil.
Tras aquella calumnia algunos alumnos fueron deteniidos bajo cargos de sedición, asociación delictuosa y otros; las autoridades de la escuela fueron cesadas y fue modificado el proyecto educativo: se separó la formación agropecuaria de la educación normal.
Ante esta situación y con el hambre de conocimiento y justicia social, Ayotzinapa vio nacer a dos guerrilleros y un pacificador sociañeista. La vida de tres maestros guerrerenses: Lucio Cabañas Barrientos, Genaro Vázquez Rojas y Othón Salazar Ramírez, es a menudo punto de referencia para hablar de la Isidro Burgos y señalarla como fuente de subversión.
Los dos primeros fueron célebres guerrilleros que murieron en extrañas circunstancias o cayeron en la Guerra Sucia a manos del Estado Mexicano. El tercero, un incansable luchador pacífico por el socialismo y la democracia sindical del magisterio, fue laureado por su labor y terminó su vida en paz.
La noche de Iguala
Los años pasaron, la Guerra Sucia terminó, pero la segregación y discriminación no. A la fecha se sigue tachando de huevones, revoltosos, vándalos, guerrilleros, narcos e infiltrados a los normalistas de Ayotzinapa, que tiene muchas tradiciones y costumbres, una de ellas, secuestrar camiones para trasladarse a la Ciudad de México y marchar por la memoria de las víctimas del 2 de octubre.
En ese contexto, el 26 de septiembre de 2014 nun grupo e normalistas salió de Ayotzinapa y se dirigió a Iguala para tomar camiones y asistir a Tlatelolco, pero la noche cambió por completo cuando la Policía Municipal los interceptó, junto a civiles armados y les dispararon, matando a tres de ellos y un adolescente futbolista que pasaba en un autobús.
Otras corporaciones policiacas de municipios circundantes se unieron al asedio y violación de derechos humanos de los estudiantes, después se supo que los civiles armados que dispararon eran miembros de un grupo criminal denominado Guerreros Unidos.
Se realizaron detenciones masivas, mientras otros normalistas se agazapaban para salvaguardarse de la lluvia de balas, a algunos los alcanzó, los hirió, a otros los mató.
El saldo de la cruenta noche de Iguala fue brutal: 43 jóvenes estudiantes que siguen desaparecidos; seis personas ejecutadas, entre ellas tres normalistas, al menos 40 personas lesionadas, contando a dos estudiantes que resultaron con afectaciones graves y permanentes a su salud.
Entre los fallecidos se encontraba Julio César, un joven padre de familia que emigró de la capital del país a Tixtla para cumplir su sueño de ser maestro y darle a su hija un a vida mejor, pero aquella noche criminal terminó con su vida y de una manera cruenta, apareció en un paraje, desollado, sin rostro, siendo el testimonio de lo que allí ocurrió.
Además hubo otras víctimas, aquellos que llevan 10 años sufriendo, murieron en vida sin saber de sus hijos, de sus familiares, de sus amigos. Con la exigencia de justicia surgió un poderoso slogan: Fue el Estado.
Y aunque se aceptó esa acusación, en 10 años nada se ha hecho, no se sabe nada los normalistas, solo se han identificado los restos de tres de ellos, se desconoce qué les ocurrió, por qué y quiénes fueron los responsables. La justicia no ha llegado y los familiares la siguen exigiendo.