Ni charros ni vaqueros: Hermanos del Hierro, la película que readaptó el género western

Héctor Velázquez 28 diciembre, 2024

La cinta dirigida por Ismael Rodríguez superó los estándares de su época a través de una historia sólida y un abanico de grandes interpretaciones

 ©Festival Internacional de Cine de Morelia - Poster de Los Hermanos del Hierro.

Era 1961 cuando en México se estrenó una película cargada con la inspiración del cine norteamericano de caballos y vaqueros, dejando ver uno de los últimos destellos de la estancada época dorada nacional. Lo que bien podría haber continuado con la tradición de una filmografía ranchera y acartonada, alguna vez idolatrada por la presencia de grandes estrellas como Jorge Negrete y Pedro Infante, optó por una bocanada de aire fresco, la cual mezcló a personalidades del pasado con algunos jóvenes talentos para la época.

Se trató de una cinta dirigida por el responsable de la mítica Ánimas Trujano con Toshiro Mifune: Ismael Rodríguez, quien había demostrado su versatilidad desde la silla de director, pasando de comedia a drama con bastante soltura. En esta ocasión trajo a la pantalla grande una suerte de western cuyo fin era explorar los límites de la violencia y la venganza, un tropo conocido en este género, pero efectivamente implementado en una historia amparada por el desierto norteño bajo la pluma de Rodríguez como guionista y Ricardo Garibay en los diálogos.

Una historia de venganza y destino

La historia, originalmente llamada Los Llaneros, cambió su nombre a Los Hermanos del Hierro, título más adecuado para una narrativa donde todas las maldiciones de la muerte recaen sobre una familia con una madre viuda, interpretada severamente por Columba Domínguez, quien, tras el asesinato de su esposo (Edgar Noriega) en manos de un personaje encarnado por el mítico Emilio “El Indio” Fernández, decide entrenar a sus hijos en el arte del revólver para emprender el camino de la venganza.

Estos hijos, interpretados por Antonio Aguilar y Julio Alemán, aprenden a usar el arma por parte de un espléndido Ignacio López Tarso en lo que es uno de sus mejores papeles a pesar de una larga y fructífera carrera como actor de cine. Mencionar estos nombres como parte de un elenco fenomenal es solo la punta del iceberg, pues faltaría también incluir a Pedro Armendáriz, Noé Murayama, José Elías Moreno y muchos otros más, que, a pesar de tener participaciones cortas, no son desaprovechados por la dirección de Rodríguez, quien se encuentra en su elemento y lo traduce a un plano más crudo.

Tras la cámara, los ojos de Rosalío Solano, quien ya habría practicado enmarcar un México tan triste como los paisajes de Rulfo en la adaptación de su cuento Talpa de 1956, juega con el vacío del desierto, los altos contrastes y los grandes planos generales para recordarle al espectador que todo sucede en una tierra de nadie.

 ©Festival Internacional de Cine de Morelia - Julio Alemán.

Sin lugar a dudas, la interpretación definitiva se la lleva el personaje de Julio Alemán, quien, traumado por el asesinato de su padre, cruza todas las líneas de la decencia humana y se vuelve un asesino enfermo de poder que asegura tener todo bajo control mientras tenga un arma en sus manos. Si los ojos son las ventanas del alma, el terror y la cólera en los de este histrión, adecuadamente enmarcado en efectivos close-up, se quedan arraigados en la memoria.

La ambición de Ismael Rodríguez

Curiosamente, el papel de la madre estaba pensado para ser interpretado por Dolores del Río, quien rechazó el papel al saber que Antonio Aguilar se encontraría en la película, pues, a pesar de que el guion le había fascinado, pensaba que Aguilar solo hacía cine de charros. No estaba equivocada, sin embargo, las ambiciones de Rodríguez iban más allá de juntar a un montón de estrellas en una sola película.

Todo parecía más bien tratarse de una reinterpretación del western, o para ser más exactos, del desértico norte mexicano, descarnado y alejado de los elementos románticos traídos por Hollywood y su idea del viejo oeste. Rodríguez plantea la ficción en un panorama palpable para el público nacional, y lo llena de celebridades reconocidas para generar un sentido de pertenencia con los espectadores. En la actualidad, el abuso de estrellas ya se ha visto en películas como Oppenheimer de Nolan, donde múltiples rostros son reconocidos para perderse en la bruma de una trama nuclear.

 ©Hermanos del Hierro. 1961 - Los paisajes y encuadres aluden a la soledad y dureza del norte.

A pesar de su edad, la cinta es atemporal por su inteligente y bien ejecutada mezcla de elementos culturales que amarran esa sensación identitaria. Se esfuerza por decirle al mundo: “Este es México; aquí John Wayne no habría durado ni diez minutos” y con justa razón, pues las espuelas no se entierran en las arenas del desierto de Arizona, más bien parecen embarrarse en la sangre de las consecuencias traídas por los actos de sus protagonistas.

Y es donde Hermanos del Hierro acierta enormemente, en el compromiso de mantener las cosas reales. Para su época decidió olvidarse del rosado mundo de la charrería y atacó la yugular del cine mexicano con una visionaria película sobre las consecuencias de habitar una tierra desolada, machista, violenta y rencorosa, donde lo que se da parece ser tan amargo como el sentimiento de conseguir la venganza.