Este nutriente podría ayudar a controlar la agresividad
Una alimentación balanceada podría ser la clave para calmar la situación

Un metaanálisis reciente publicado en Aggression and Violent Behavior concluye que la suplementación con omega‑3 puede reducir la agresividad hasta un 30 % en el corto plazo, incluso en personas con distintas edades, géneros o diagnósticos. El estudio, liderado por el neurocriminólogo Adrian Raine de la Universidad de Pensilvania, analizó 29 ensayos aleatorios controlados realizados entre 1996 y 2024, con 3 918 participantes repartidos en 35 muestras independientes.
En promedio, la agresividad se redujo entre un 22% y 30%, dependiendo del método de análisis . Los efectos se observaron tanto en la agresión reactiva (respuestas impulsivas a provocaciones) como en la agresión proactiva (comportamiento planificado).
Solo uno de los 19 laboratorios realizó seguimiento tras terminar los tratamientos, cuyo promedio de duración fue de 16 semanas. Por ello, los efectos fueron medidos solo durante la suplementación.
Beneficios potenciales comprobados
El omega‑3 desempeña un papel clave en la estructura y función neuronal: modula neurotransmisores y regula la expresión génica, y además tiene propiedades antiinflamatorias cerebrales. Estos mecanismos podrían explicar su influencia en la regulación emocional y el control de impulsos.
Raine sostiene que, aunque omega‑3 no es una solución mágica para eliminar la violencia social, sí representa una herramienta accesible, segura y económica para complementar tratamientos psicológicos o farmacológicos en distintos entornos: escuelas, clínicas o justicia.
Especialmente para niños con conductas agresivas, sugiere que añadir una o dos porciones extra de pescado graso a la semana puede ofrecer beneficios, siempre junto a otras intervenciones.
Limitaciones y siguientes pasos
La evidencia actual corresponde a estudios de corta duración; por ello, los investigadores enfatizan la necesidad de ensayos a largo plazo y con seguimiento posterior para validar si el efecto perdura.
También se plantea explorar si el tratamiento con omega‑3 mejora funciones clave del lóbulo prefrontal, si la respuesta depende del perfil genético individual, o si hay diferencias entre medidas de agresión autoinformadas versus observadas.
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